De eterna nieve revestido, encima
de un monte y de otro monte te adelantas;
el rayo abrasador truena a tus plantas,
al empíreo tu frente te sublima.
¿Qué espíritu al mirarte no se anima?
Tú al quebrantado náufrago levantas,
si llega a divisar las luces santas
con que el iris de paz brilla en tu cima.
Cuando la noche, dilatando el vuelo,
con diadema de estrellas te corona,
signo de amor entre la tierra y el cielo;
el alma a sus afectos se abandona
y elevándose a Dios, rompe sin duelo
el lazo que a la tierra la aprisiona.
----José Joaquín Pesado (poeta, 1801-1861)
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